Entonces, tenemos algo

Vengo de ver al doctor. Mi tía me preguntó que a dónde había ido. Al otorrinolaringologo, le dije. Me ignoró y después dijo algo que no alcancé a escuchar. Y es que desde hace unos días creo que me estoy quedando medio sorda, y como me espanté tanto, tuve que ir a preguntarle a un especialista.

Si le hubiera hecho caso a la cantaleta diaria de mi papá, cuando me decía que le bajara a mi ruido, porque usando audífonos me iba a taladrar el cerebro, otra cosa sería. Aunque, la verdad, tiene sus ventajas ignorar esos consejos.

Ahora, por ejemplo, cuando oigo música la pongo mucho más alto y entonces he empezado a descubrir sonidos que jamás me imaginé que estuvieran grabados en los discos que siempre escucho. Sonidos extraños que son como detalles ocultos al oído común.
Últimamente he estado escuchando canciones en mi teléfono directamente desde el altavoz y entonces así puedo ambientar un poco los camiones a los que me subo. Es más: estoy segura de que animo el espíritu de los pasajeros. A veces también canto, pero cuando alguien me empieza a ver feo pues le bajo, o le cambio. Incluso he tratado de analizar a mis compañeros pasajeros antes de empezar con la sesión musical. Me fijo en su estilo, pero también en su humor. A estas alturas ya logré hacer sonreír a varios. Otros han coreado las canciones y no falta quien sigue el ritmo, discretamente, con el pie o con las puntas de los dedos sobre el pasamanos. Y es ahí cuando siento que tenemos algo. Un vínculo especial, casi secreto.